ELOGIO DE «LUDI» II.-Como un vals gijonés de la ternura y la ironía-
Luego, según vimos, Ludi recoge ráfagas de ternura, de malicia y de tradición. Era el poeta popular por excelencia. No hay acontecimiento, social o político, que se escape a su análisis. Por ejemplo, aquel capítulo que indignó a los habituales de los concursos de llave, por lo que consideraban un acto arbitrario de nuestra máxima autoridad, contra la que se revuelve Ludi de este tenor:
¡Me valga Dios!
No sé cuál de los alcaldes
que tenemos en Gijón,
pues ya todo el mundo sabe
que son veinte o veintidós,
de la noche a la mañana,
convirtiéndose en Tropoff
prohibió el juego de la llave
radicalmente en Somió (…)
El chusco desfile de fuerzas del que se hizo gala para el cumplimiento de esta orden motivó la carcajada comunitaria. Y es que Ludi era a la carcajada lo que el vino al borracho. Y por eso su obra, a todos los efectos, es como una crónica con validez documental, en cuanto se basa en esos sucesos que se hubieran perdido irremisiblemente sin dejar huella. Por suerte estaba él allí, para que Gijón rediviva en sus versos, que no es poco.
Y Ludi era un hombre que, encaramado en el pedestal de su solvente posición económica, contemplaba el penoso quehacer de los desheredados de la fortuna. Hablábamos de versos consagrados a los humildes. Pues bien, propalemos un soneto que fue escrito para una persona modesta si las hubo, encarnada en aquella vendedora, Paz Vigil, conocida popularmente por La Guaxa y que llegó a ser personificación del trabajo, la entrega y el sacrificio. Ese soneto dice así:
Recibe de «La Prensa los paquetes
unos cuantos millares y, ella sola,
con voces, degomanes y piruetas
Espárcelos al punto por la Pola.
Asalta los vagones de los trenes
presurosa y veloz como una ardilla:
distribuye el papel a manos llenas
y recauda un quintal de calderilla.
Ahí tenéis la silueta de Pacita,
la inquieta periodistas menudita,
muy digna de cariño y de respeto.
Y por eso a sus pies, sin adularla,
queremos hoy gustosos ofrendarla
los catorce ringlones de un soneto.
Pero Ludi a lo largo de su vida, consagra muchos versos a quienes por unas u otras causas acertaron a ganarse su amistad. El no se anda por las ramas. Maneja la ironía por modo tan sutil, que enajena voluntades hasta el extremo de que son muy pocos los capaces para dilucidar dónde principia lo serio y dónde concluye lo jocoso. El, sabedor de esa faceta suya, canta las cuarenta a su propia sombra, y si vamos más lejos, gana las apuestas tantas cuantas veces le venga en capricho. Y ni las sotanas coartan ese verbo suyo exuberante, popularísimo y, en ocasiones, arrabalero.
Porque sucede que un día, allá por setiembre de 1926, Ludi es invitado de honor de don Celestino Aguirre, que organiza un banquete en la solemnidad de que su hijo, Francisco (que fue profesor mío de Griego en la Universidad de Oviedo), se ordena sacerdote. Y cuando todos esperaban escuchar, de labios de Ludí unos cuantos salmos penitenciales, éste, sin perder el aplomo, les emploma unos versos de catorce sílabas que a muchos se les antojaron de más. Tras unos minutos de silencio y tal, se yergue Ludi. Mira en torno olímpicamente con la sonrisa en los labios, y, plácida, mansamente, comienza a desgranar las estrofas, entre las que acoto las que siguen:
Con tu voluntad firme, ni en Roma, ni en Asturias,
ningún peligro serio tuviste que temer.
Jamás turbó tus sueños ni tus meditaciones
ese enemigo malo llamado la mujer!
Esa fiera terrible, locuaz y engañadora
dotada de bellezas y de encantos sin fin.
que al mágico conjuro de sus falsas miradas
ante ella son los hombres peleles de serrín (…. )
El Independiente 31 de octubre de 1908
¡A qué seguir! Y otro tanto de lo mismo pasó con Julián Alvarez, el celebérrimo Julianón, que era sacristán de la parroquia de San Pedro Apóstol. Y ahora me percato de que ya van unas cuantas veces que venimos repitiendo lo de Ludi. Hay que aclarar. Decir que es un seudónimo me parece que no corresponde con la realidad, por las razones que explayaré a continuación. Todos conocemos que, en el campo de la onomástica, existieron y existen nombres rarísimos. Ludovico es uno de ellos, y se corresponde, salvando las distancias, con el de Luis. Aquellos que le conocían no era raro que le llamasen, por corruptela, Ludivico, y, abreviando, Ludi.
Sólo que había algo más y Ludi era sabedor de ello. Ese algo más es que tenemos un caso en latín, Ludi que, originariamente, venía a significar juego, diversión o pasatiempo. Era lo que a él le cuadraba. Y ésa es la razón de que lo usase en sus escritos a lo largo de toda su vida. Supongo que he aclarado un porqué. Luego quedamos en lo dicho. Como también quedamos en que Ludi vio a este pícaro mundo a través de la inefable sonrisa que propicia optimismo inacabable. En ese aspecto no hizo sino seguir los pasos de los Vital Aza, Tarfe, Ramón de Campoamor, Luis de Taboada, Sinesio Delgado y hasta del novísimo Gabriel d’Annuncio, que significó una evidente ruptura estética con fórmulas calcificadas por la rutina del quehacer de siglos.
Esa lozanía de Ludi le afectaba a él mismo. Y hasta tenía un carácter impulsivo que iba desde la bofetada oportuna al taco redondo que paraba los pies a cualquiera. Tenemos pruebas concluyentes. Los años habían pasado y Ludi contaba con seis sobrinas que hacían lo que les daba la gana de aquel viejo y empedernido solterón. El, humanísimo, hasta había confeccionado una cuarteta que ellas aprendieron y que le soltaban a quemarropa:
Yo quiero a mi tío Luis
con un cariño profundo
porque es el más gitanazo
y el más hermoso del mundo.
¡Y vengan gritos, risas y carreras! Por Navidad se tiraba la casa por la ventana. El, en la cosa gastronómica, era exigente por ser perito en la materia. Y así, con relación a los entremeses, escribía aquello de:
El entremés no me interesa
Por mi no lo comería.
Lo comparo a la pedrea
vulgar de la Lotería.
Ni me ha apetecido nunca,
ni me puede apetecer
es la forma de acabarnos
con las ganas de comer.
Viñetas Asturianas por Patricio Adúriz (Cronista oficial de Gijón). El Comercio 29 de marzo de 1987.











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