Fotografía de Ludi, mejorada utilizando la Inteligencia Artificial
ELOGIO DE «LUDI» Al borde de las aguas del Cantábrico…
Hace muchos años que me tropecé con la sonrojante realidad de que sobre Ludi no había nada escrito. Y algunas gentes me atosigaban con sus machaconas, reiteradas e impacientes preguntas: «¿Qué, Adúriz, cuándo nos toca Ludi?». Ese nos toca me llegó al alma. Y decidí rehabilitar, enaltecer y propalar la fama merecidísima de aquel caballero andante de la poesía, espejo de donosura y peregrino a quien los fastos locales conocieron como Ludi.
Ludi caricaturizado por Afredo Truan
Así constatamos que Luis José Francisco Fernández Valdés, nació en Gijón el primero de setiembre de 1885. Y lo hace en el seno de una familia trabajadora. Tiene cinco hermanos. E, infante aún, asiste al Colegio del Santo Ángel de la Guarda, para el que tendrá, al pasar de los años, versos impregnados de gratitud y de los que son exponentes los que siguen:
¡Oh, portones vetustos! ¡Oh, ruinosas murallas!
¡Atrevidas almenas del amado convento,
cuyas torres altivas y anticuados balcones
nuestras almas saturan de sagrados recuerdos!
Aquellos sus años escolares estuvieron presididos por ese pequeño mundo. Afuera, muy próximas, las tiendas del aire, en las que sonaban gritos, regateos y romances de ciego, a los que brindaba diapasón el rebullir de las moribundas y plácidas olas cercanas. Esas tempranas experiencias jamás las podrá olvidar. El siguiente escalón pedagógico es el Instituto. Allí, en nuestro centro, cursa Retórica y Poética, obteniendo más tarde un premio en la asignatura de primer curso de Francés. Período este de Ludi, junto con su camarilla, eran los guerrilleros de la playa del Gijón castizo de entonces.
Ya casi le apunta la barba. Y concluido brillantemente su bachillerato, un día, cuando la juventud rebrilla en sus ojos, emprende camino con rumbo a Lyon, residiendo en el Colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Alborea un nuevo siglo. Ludi, si queremos, se impuso en una asignatura tan importante cual es la del gran mundo. Luego podemos afirmar que Ludi llegó, vio y convenció. Y cumplidos sus estudios, ya de regreso en Gijón, se incorpora al negocio paterno. Y es que él, observador sagacísimo, caló desde el principio en el tuétano de la idiosincrasia popular. El alma gijonesa no tuvo secretos para él. Su ilusión no supo de límites humanos y así, a lo largo de toda su vida, renovándose a diario, hizo que se sintiese eternamente poeta, y siempre seguro de aquella su campechanía que le granjeaba afectos y popularidad en olor de multitudes.
Ludi caricatura de Llaneza . Don Braulio 13 diciembre de 1913.
Y esta popularidad vino de mano de sus colaboraciones en la prensa gijonesa. Casi todos los periódicos acogieron sus producciones gráfico-lírico poéticas, pero, preferentemente, EL COMERCIO, El Noroeste y La Prensa, le brindaron sus columnas que prestigiaban con su seudónimo. Pero Ludi era eso y mucho más. Ludi era el Gijón popular, el malicioso, el de la multiplicidad de tipos encarnados en la picaresca y, en resumen, razón y ser de un pueblo que se gozaba con su progreso. Dos de sus facetas más importantes eran, si no me equivoco, su musa carnavalesca y su maestría de letrista consumado. Aquí está su El primer fiu para Les coples d’Antroxu:
Taba casada Francisca,
nieta de Mingo les freses,
co’l sobrin de Robustiana,
facía seis o siete meses.
Aquel estao qu’al prencipiu
non yera apenes chocante,
tomó dempués otru aspeutu
mayoramente enteresante.
Por gastar bromes co’l hombre
y andar xugando a la brisca,
alterósei el tamanu
natural de la ventrisca.
Comprenió al tener antoxos,
caprichos y endigestiones,
que la cosa iba a ser antes
del tiempu les elecciones (…)
La fama de Ludi corría con la de El Zancarru, en lo que respecta a la confección de coplas carnavalescas. Y una vez ya impresas éstas, ellos, con sus amigos, acudían al muelle local en el que alquilaban un carro, con su correspondiente caballo, al que engalanaban con laurel y mimosa. Y la comitiva desfilaba por las calles gijonesas el Domingo de Carnaval, y vendían a cinco céntimos cada ejemplar de las solicitadas coplas. Así, a las cuatro o cinco de la tarde, ya tenían reunidas unas quinientas pesetas con las que pagar los alquileres, y disponer de unas ganancias que les permitía sacar el abono para los bailes a celebrar en el teatro Dindurra los Campos Elíseos; desplazarse a Candás o Avilés el lunes y martes de Carnaval, e, incluso, ahorrar algún dinero para luego, en época de estío, dilapidarlo en el Combé o Somió.
Así se explica el éxito de su nunca bien ponderado libro Un kilo de versos, que fue como el catecismo gozoso con el que se deleitaron millares de gijoneses. Ese libro está ahí, al alcance de cualquiera y, por estarlo, prescindo de su contenido. Tenemos, pues, hasta aquí, y por este orden, a un Ludi poeta, dibujante y coplero. Ahora vamos a hablar del letrista, porque lo era, y muy bueno. Sólo que, con el transcurso del tiempo, se fue perdiendo la memoria de aquella música que, tarareada por nuestros mayores, se engastaba con letras de rezumante asturianía. Algunas de esas canciones circularon impresas, como, por ejemplo. El roble, con música de Solar Quintes y editada en 1916:
Cuando vas a la llende
po la mañana,
salúdente les flores
neña galana.
Ye qu’al ver los tus güeyos
y tu figura,
quédense plasmaes les probes
de tu hermosura (…)
También, La fuente de los xuncos, con música del anterior, y de la que hizo una verdadera creación Amalia Molina. O El carboneru, con música de Julio Fernández.
Todo este período de tiempo que se encajona entre el inicio del siglo y los años 30 tienen una constante que es la del delirio creador. Ludi, en efecto, tiene versos para el amigo, para el humilde, para la anécdota y para las tradiciones propias de su villa. Ludi era un
cronista rapsoda. Y compasa su pluma al dictado las efemérides del calendario. Ahí está Cimadevilla con su ermita de la Soledad. Y es que, junto al fervor, tenía plaza la sordidez de las costumbres que se sublimaban en un instante dado:
Y si pasa de noche algún playu,
tripulando una moña subida,
por delante del pórticu vieyu
de la estrecha y oscura capilla,
gritar respetuosu y alegre
mientras tira hacia un lao la boina:
Ten piedá y compasión, Virgen Santa,
d’esti probe borrachu de sidra
que tien dentro del pechu una esponja
desde fai muchos años metida.
Viñetas Asturianas por Patricio Adúriz (Cronista oficial de Gijón). El Comercio 22 marzo de 1987.











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