En esta fotografía de Constantino Suárez, todavía, se aprecian en el río los pilotes de La Pasarela.
Decía el poeta que se hace camino al andar. Es el equivalente a lo de poquito a poco se llega lejos. Y así ocurrió. Técnicos y jornaleros, entre 1907 y 1914, llevaron a cabo la ímproba tarea de la construcción, no de la fotogénica y archiconocida muralla china, si de un muro que, hoy una cosa y mañana otra —incluidos mingitorios—, iba adquiriendo prestancia y, desde luego, posibilitando el futuro para bien o para mal, que esa ya es otra historia que no me toca a mi dirimir. Desmontada la pasarela, muy al revés de cuando se inauguró, fue suplida por el puente de piedra que ya conocimos algunos, obra que, por así decir,remataba el muro que moría allí mismo y como espectador forzado de los eriales de que ya hice mérito. Eso, repito, en 1914. Estamos oscilando entre unos cuantos lustros que tienen mucha miga. Pudimos admirar el ambicioso proyecto del por entonces soñador —el tiempo vendría a darle casi toda la razón— y hasta quimérico proyectista Dionisio Canal, que en 1916 echa las campanas a repique como si tal cosa. Pero una cosa eran los proyectos y otra muy distinta la dura realidad, sólo modificable merced al concurso de hombres que tienen por norma no se amilanar por nada.
Uno de ellos fue, para Gijón, Rufo García Rendueles, o, a secas, Rufo Rendueles, Ingeniero y Subdirector General de Obras Públicas, prestó su valioso concurso para el engrandecimiento de su pueblo natal, bien requerido por el Ayuntamiento u otros organismos, bien gracias a su propia iniciativa que fue, en ocasiones, tabla de salvación. Eso es lo que sucede a lo largo de las obras pertinentes a nuestra playa, en donde el nudo gordiano consistía en obtener ese puente de piedra que se comunicaba con Somió-Cabueñes y alto del Infanzón. El quid estribaba en la cuantía de las obras, ni más ni menos que cuarenta mil duros, casi el presupuesto general del Ayuntamiento de cada año.
Pasaba aqui su veraneo el precitado Rufo Rendueles. Fueron a visitarle a su casa particular algunas autoridades locales, incluido el Alcalde en fun-ciones, a ver si se podía hacer algo en Madrid y todas esas cosas. Y les dijo, sobre poco más o menos, lo que sigue. «Reúna el Alcalde el Pleno del Ayuntamiento y soliciten hacer un ramal de carretera que, arrancando de la de Ribadesella a Canero, en el kilómetro 62, alto del Infanzón, pase por el camino vecinal Cabueñes-Somió a enlazar otra vez al kilómetro 69, que está en La Catalana (donde arranca la calle del General Suárez Valdés, Sanatorio Covadonga».
Era una pista que no se podía dejar de la mano. Estaba claro como el agua que por ahí tenían que ir los tiros. Y ocurre que, tras estos contactos esclarecedores que apunté más arriba, en la preceptiva Memoria que se envió al Ministerio pertinente se hizo constar que era de mucha necesidad para el suministro de la población de estas tres aldeas porque, al conceder ésta, es decir, la carretera, afirmaba tajantemente el precitado Rufo Rendueles que «tienen que hacer, forzosamente, un puente sobre el río Piles». El problema es elemental. Y abundando en su criterio remacha que «tienen ustedes aqui, de diputado por Gijón, al señor conde de Revillagigedo, de mucha influencia en el Gobierno, y también les puede ayudar Melquiades Alvarez. diputado por Oviedo o Castropol¨.
Y así se consiguió la construcción del puente de piedra sobre el no Piles, que materializó el inolvidable Jesús Bengoechea. Por la sugerencia de Rufo Rendueles (de ahí lo de la Avenida de Rufo Rendueles] que, una vez más, se desvive por el Gijón en que naciera. Ocurre con él —y es otro detalle a tener en cuenta a efectos éticos y biográficos— que, agradecidos pueblo y Ayuntamiento de Gijón, hablaban de proponerle para diputado por Gijón, a lo que él se opuso en cuanto que, funcionario de Obras Públicas, este cargo resultaba incompatible con el politico que le ofrecían.
Asi las cosas y tras tan decisivo apoyo, las fuerzas vivas locales consiguen que el Gobierno le conceda la Gran Cruz de Isabel la Católica, cuyas insignias, obviamente. le fueron regaladas por suscripción popular. Y como eso les seguía pareciendo poco, y previo acuerdo municipal del 8 de octubre de 1910. se nomina oficialmente esa avenida de Rufo Rendueles a la que nos venimos refiriendo tangencialmente
Si hiciésemos un repaso general de esta saga que titulamos ¨Al son de la citara del río Piles¨, que es, a partes iguales, historia local y nostálgica vertamos que todo se mueve dentro de unas coordenadas que si, aparentemente inconexas entre si tienden, de hecho, a configurar unas ambiciones cantadas por la ciudadanía. Repito que Dionisio Canal, con su magno proyecto se adelantó en más de cinco lustros. Tal vez fuese un soñador o tal vez un poeta. O las dos cosas a la vez, que para el caso es lo mismo. Hagamos un alto en el camino antes de adentramos en el borrón y cuenta nueva En esa etapa de los años treinta que hoy ya quedan a desmano.
He aquí una fotografía testimonial y horra de protagonismo. Con ella sólo se pretende la justificación de cuanto venimos describiendo. Ahí está el puente sobre el río Piles. Y una familia que, como tantos y tantas de Gijón, a lo largo del verano y en días de asueto se desplazaba hacia los inefables merenderos en que convivían pacíficamente, al aire libre, todas las clases sociales y sin complejos de ningún tipo. Ocurría entonces —igual quo ahora— que, oportuno, estratega y conocedor de la naturaleza humana. un fotógrafo, en este caso el de Foto-Cinema Klark, ofrecía sus buenos servicios al cabeza de familia que, como ocurrió aquí concretamente, le otorga su visto bueno.
Es evidente que se está en el camino de ida hacia los merenderos. Lo atestigua la merienda de turno que porta la madre, envuelta en papel de periódico y atada con un cordel porque no se trataba de presumir. Observen, al fondo, el mínimo paisaje urbano —actual avenida de Castilla— que no era tal, en el sentido de que a derecha e izquierda, eriales y huertos familiares ocupaban tan amplísima superficie. Y amén de los imponderables postes propios del tendido eléctrico, sólo se divisa, a la izquierda y tras el grupo familiar, el estratégico fielato en el que todos los comarcanos abonaban las tasas pertinentes antes de introducir sus productos en nuestro «chiquito Londres»
Excuso decir —repito que sin protagonismo— que esa familia es la del autor de «Al son de la citara del rio Piles¨, allá en un lejano 1 de septiembre de 1935, mucho antes de que falleciesen mi padre y mi hermano, lo que justifica lo de que «nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar….».
Dos imágenes del Gijón Veraniego de 1915.
El Puente del Piles al amanecer, fotografía de Constantino Suárez, 1929
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