Así comienza el libro, «Las sedes del Instituto de Jovellanos», sobre el cual trata la entrada de hoy.
Libro que recomiendo por su amenidad ( yo me lo leí de una sentada ) un viaje en el recuerdo por las sedes del Instituo desde aquella en Cimavilla, hasta la actual, que todos los gijoneses conocemos. Sin olvidar algún proyecto que pudo ser y no fué.
Pero mejor que yo os dejo un articulo de Luis Miguel Piñera extraido de La Nueva España para que sea el con su prosa acertada el que lo presente.
Quiero dar las gracias, por su amabilidad, a Manolo López con el que contacté para pedirle permiso para publicar las imágenes del libro, y por el libro. Lo guardaré como oro en paño.
Sobre la historia de Gijón se escribe mucho, y eso está bien. Escribir es, para muchas personas como una enfermedad contagiosa, una enfermedad que es transmitida por las previas lecturas. Es un virus que transmiten los propios libros a aquellos hombres y mujeres que frecuentan lugares tan extraordinarios como son las librerías y las bibliotecas. Es un hecho demostrado que todos los lectores tenaces y reincidentes están expuestos a ese contagio. Escribió el poeta Ángel González que el lector puro no existe, que en el interior de un lector apasionado siempre hay un escritor latente, agazapado? En esta época de «malos tiempos para la lírica» -de que hace tantos años ya nos hablaba Bertolt Brecht- nos sigue admirando que haya gijoneses que dediquen parte importante de su tiempo a investigar sobre el pasado de su ciudad. A realizar trabajos históricos muy documentados y donde se cuida hasta el mínimo detalle.
Hablamos, por ejemplo de «Las sedes del Instituto de Jovellanos», el primer libro de Manuel Santiago López Rodríguez, investigador latente, agazapado? Y hábil en muchas disciplinas como la biología, la pintura, las manualidades, la música y las sombras chinescas, entre otras pericias.
Nos repasa Manolo López las sedes que tuvo el Instituto. Desde la primera, en el año 1794 en la Casa del Fornu, en Cimavilla, hasta la actual, en la avenida de la Constitución, pasando por la conocida de la calle de Jovellanos, y también por otros lugares donde se instaló el centro educativo y de los que poco o nada conocíamos. Por ejemplo, estuvo un tiempo en el edificio donde funcionaba la fábrica de chocolates de Narciso Rodríguez Estrada, La Primitiva Indiana, en el paseo de Begoña. También estuvo el Instituto de Jovellanos, en tiempos republicanos, ocupando parte de lo que hoy es el colegio de la Inmaculada. Y ese recorrido lo hace el autor a través de las maquetas de esas sucesivas sedes que él mismo y sus alumnos realizaron, y con notable fidelidad histórica. Sus alumnos son los, teóricamente, «malos estudiantes». Aquellos agrupados en los llamados grupos de diversificación, aquellos que corren el peligro de quedar fuera del sistema educativo.
Asombrosa publicación , en estos tiempos umbríos donde ni la lírica ni el sentido común parecen estar de moda. Documentadísima en textos, planos y fotografías, y donde la alargada sombra de Jovellanos, como no podía ser de otra manera, nos da luz. Nos la seguirá dando, sin duda, así que pasen otros doscientos años, y aunque algunas sombras (no chinescas y nada jovellanistas) pretendan entenebrecernos el presente.
LUIS MIGUEL PIÑERA
Extraido de la Nueva España. Lunes 23 de enero de 2012
ESTE LIBRO NO SE VENDE EN LAS LIBRERIAS, SI ESTAIS INTERESADOS EN HACEROS CON UN EJEMPLAR, TENEIS QUE PASAR POR LA SECRETARÍA DEL REAL INSTITUO JOVELLANOS SITO EN LA AVENIDA DE LA CONSTITUCIÓN S. N.
Están muy buenas las maquetas, son grandes las estructuras y muy creativas