Tomando como hilo conductor los portfolios veraniegos publicados anualmente desde 1882 hasta 1935, la exposición refleja la intención de Gijón de promocionarse como destino turístico por excelencia del veraneo asturiano. Esta exposición organizada por el Museo Nicanor Piñole con la colaboración del Muséu del Pueblu d’Asturies y otras colecciones publicas y privadas, propone una aproximación a este fenómeno local en el que confluye un turismo burgués con un turismo popular que cada vez va cobrando mayor importancia.
Gijón ha nacido del mar. Para saber de sus primeros asentamientos humanos tenemos que buscar en cabos y penínsulas, o estudiar cómo el litoral permitía o impedía la vida de comunidades estables. En el principio fue así, aunque esta exposición no va tan lejos. Se ocupa de los cambios que vivió la sociedad gijonesa entre las mitades de los siglos XIX y XX, cien años que modelaron la forma de ser de la ciudad y de sus habitantes con el troquel del verano, la playa y el mar. La mar, que es en femenino como se refieren a él quienes en él trabajan.
La playa es el punto de encuentro, pero la muestra desborda la historia de los arenales. Cuenta, desde Gijón, el paso del veraneo elegante al turismo de masas. El negocio de atraer al forastero. Los tiempos modernos llegaron engañando, emboscados en viejas tradiciones sacadas del desván y empaquetadas como mercancía nueva. Festejos y romerías desempolvadas para birlarle el ocio a leoneses, castellanos y madrileños, al descuido, mientras bajaban atufados de trenes-botijo o leían, desde la estepa, las irresistibles bondades del termómetro y de las verdosas brumas del norte por las que perdían el sentido.
Una industria basada en el transporte, el entretenimiento y la publicidad. Todo salía al escaparate. Desde balnearios a fondas, de casetas a excursiones, de balandros a exposiciones, de tiendas del aire a tortillas de merluza.
La villa se convertía en un gran bazar estival. Y para eso había que contar con propagandistas avispados y artistas inteligentes. Los Nicanor Piñole, García Mencía, Álvarez Sala, Arturo Truan, Constantino Suárez, Juan Martínez Abades, Elías Díaz o Pedrín Sánchez, por ejemploEllos pusieron el verano en su paleta, en sus lápices o en sus cámaras. Esas obras que, en porfolios, carteles, cuadros o fotografías, se reúnen en esta exposición, en astuto diálogo para discursear sobre los veranos de antes.
Decía que la playa se inventó para usos sociales en el siglo XIX, pero en el caso de Gijón no podría decir si la ciudad inventó la playa o fue la playa la que inventó a la ciudad. Parte del urbanismo de Gijón le debe todo a la conquista de la mar. Una ciudad en la que la arena llegaba hasta la Plazuela y coqueteó con ella hasta que la convirtió en un barrio, que edificó un puerto en la playa de Pando, que inventó playas nuevas cuando decidió mudar la piel, que chapoteó en el agua y en la orilla hasta convertirse en lo que hoy es.
Si echamos un vistazo a algunas villas asturianas en momentos y procesos semejantes, todas pueden catalogarse con criterios geográficos y urbanísticos: Salinas fue la playa-colonia, Ribadesella fue la playa-arrabal, el Oriente la playa-comarca, pero Gijón fue la playa-ciudad. He aquí su traza más singular: la de Gijón era una playa urbana. Un puerto, una ciudad industrial y además, de junio a septiembre, una playa. La ciudad del vapor era también la ciudad del baño.
En los años y en los mapas que aquí se muestran el crecimiento de Gijón tuvo su reflejo en el espacio de la playa. En su domesticación y, finalmente, en su incorporación a la ciudad misma. Fue su mejor calle. Su más anchuroso paseo. Su plaza mayor. El emblema de la villa contemporánea. La ciudad playa.
Juan Carlos de la Madrid
Algunas imágenes de la exposición
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