Nicanor Piñole y la guerra civil en Gijón

La Retirada

La guerra civil produjo un profundo impacto en la sensibilidad de Piñole. En los primeros días los tiroteos en torno al Cuartel de Simancas sonaban próximos a su casa, y por las calles se veían grupos de milicianos armados y el reflujo de los heridos. La psicosis revolucionaria llevaba a buscar francotiradores en cualquier lugar. Un grupo de milicianos subió así a casa de Piñole, intentando encontrar por los tejados un misterioso combatiente solitario. Sin embargo, nada apareció y al final quedó aclarado que sólo era el eco de disparos lejanos el que, reflejado en la superficie de las cubiertas de las casas, daba una impresión falsa de detonaciones próximas. Pero aquella presencia de hombres armados causó temor en la familia y se decidió buscar un lugar más seguro: la quinta de Chor, en Carreño, donde era más fácil además encontrar alimentos.

Cervera

Piñole se encargó de permanecer en la casa de Gijón para evitar que la vivienda fuese incautada. En el piso principal, donde vivía su prima Pepita, se instalaron unos refugiados conocidos, logrando de esta manera impedir una ocupación que parecía inminente. Piñole, aislado y solitario, sufría en el ambiente áspero y violento que le rodeaba. Para llenar las largas veladas en soledad copiaba dibujos de una historia del arte que le prestó su amigo Delor antes de ser encarcelado. Dione y Afrodita, del frontón del Partenón, y la cabeza del caballo de Selene, figuran entre los espléndidos dibujos a pluma manchados con tintas sepias que entonces realizó. Otras veces, entre la inquietud de algún cañonazo o alguna bomba de aviación que caía cerca de su casa, eran cuadros religiosos de Andrea del Sarto o de Rembrandt los que servían de inspiración para sus dibujos. Pero Piñole necesitaba andar por las calles con seguridad, y obtener apuntes directos de la alucinante realidad que en ellas se vivía. Necesitaba, pues, un salvoconducto. La ocasión de obtenerlo se la proporcionó quizá una convocatoria del llamado Consejo de Asturias y León para figurar con los pintores Evaristo Valle y Marola como jurado de un concurso de dibujo. Piñole fue allá y de paso expuso su problema: «Yo quiero una seguridad. Que me den un pasaporte».

El Refugio

El pasaporte no le evitó los azares de una situación revolucionaria. Con la confianza de estar salvaguardado, Piñole fue a dibujar en la zona próxima a la playa. Un refugiado vasco le tomó por espía, y a poco llegó un grupo de milicianos que detuvo a Piñole en un portal de la calle de Jovellanos, esquina a Cabrales. En los papeles de Piñole no había nada comprometedor. Piñole consiguió quedar libre, y entonces fue a ver al consejero de propaganda del Consejo de Asturias y León para pedirle un papel que le garantizase más.

 Tampoco le sirvió de mucho el nuevo salvoconducto. Cuando, fiado de las nuevas seguridades, se puso a hacer unos apuntes callejeros en la calle de Covadonga, junto a la confitería La Vienesa, otra vez fue detenido. En esta ocasión estuvo encerrado varias horas también acusado de actividades de espionaje. Era ya de noche cuando quedó en libertad y regresó a su casa con el ánimo dominado por la inquietud. El temor de Piñole era llegar a ser encerrado en una de las prisiones de la ciudad. Una vez dentro, resultaba casi imposible salir, por muy ajeno a los acontecimientos que fuese el detenido, porque las libertades sólo se obtenían si había unanimidad para ordenarlas en todos los grupos políticos que dominaban en la villa. Piñole, pues, se ve obligado a permanecer recogido en su domicilio, a donde de vez en cuando acudía algún amigo a escuchar la radio en busca de noticias, en veladas inquietas y nerviosas. Piñole, aprovechando las herramientas de su primo Eduardo, se decide a hacer grabado sobre madera y así realiza ensayos en torno a su cuadro La fuente, y algunas escenas bélicas de desgarrada fuerza. La comida iba siendo cada vez más escasa, y sólo mataba el hambre Piñole en sus ocasionales escapadas a Carreño. Otras veces iba a ver a su amigo Coto, que permanecía de cajero en el Banco Español de Crédito, el cual le cambiaba los billetes de valor sólo local por otros que se suponía tendrían valor cuando la Campaña del Norte terminase. La Delegación de Pintura, por lo demás, procuraba atraer a los artistas y de vez en cuando les hacía un encargo al cual hubiera resultado imprudente negarse. Por este camino terminó yendo al Museo de Santander El grumete, unos de los mejores cuadros de ambiente marinero de Piñole. La inquietud diaria seguía siendo fuente de inspiración para el pintor, aunque ahora tomaba precauciones para evitarse disgustos. De esta manera fue haciendo los bocetos para su cuadro El refugio, en un sótano próximo al antiguo edificio del Banco de España, en la calle del Instituto. Es un cuadro sobrio y sereno, de hondísima humanidad, donde la vida demuestra su capacidad de vencer la angustia de la guerra. Luego pintaría otro sencillo y dramático cuadro, La retirada, donde entre las ruinas urbanas caminan en direcciones divergentes combatientes quizá vencidos, y personas (mujeres, niños, patéticos niños dibujados con especial ternura) desplazadas de sus hogares por la lucha. Otras veces es algún templo derruido el que le inspira, o el muelle con la huella de los bombardeos.

Ruinas del Simancas

Según se acercaba a su final la Campaña del Norte, iba haciéndose más azaroso el vivir diario. Piñole salía de vez en cuando a la calle. En uno de sus paseos cruzó junto a un lugar donde había caído una bomba. -¿Adónde va usted?-le preguntó el que parecía responsable del grupo que estaba allí.

Piñole, escarmentado, contestó vagamente:

Por ahí.

El otro cogió una pala y se la puso en las manos a Piñole.

-Tome. A trabajar. A quitar escombros.

Al lado de Piñole cayó un rapaz que no encontró muy lógica su presencia allí.

-Usted ¿qué hace aquí? -le preguntó al pintor.

-No lo sé-respondió éste.

El chico entonces terminó la conversación.

-Deje la pala y vaya usted por ahí.

Piñole, naturalmente, se marchó pensando que pasear era también un desahogo incómodo.

El fin de la Campaña del Norte, con la caída de Gijón en poder de las tropas nacionales, sorprendió a Piñole en Carreño. Desde allí, sobre las cimas de la Campa de Torres, se veían los reflejos de los incendios y las columnas de humo. Luego Piñole volvió con los suyos al viejo hogar familiar. Había terminado un período terrible del cual, sin embargo, lograron salir sin pérdidas dolorosas. Sólo un primo de Piñole, Pedro, había estado encarcelado en Pola de Lena, a consecuencia del rencor de un antiguo empleado suyo. Ahora llegaba el momento de rehacer la propia vida y de pensar en el futuro. Era el comienzo de una nueva etapa, con cambios profundísimos y duraderos en el acontecer nacional. En la sensibilidad de Piñole habían dejado huellas permanentes los dramas humanos que la guerra le había hecho presenciar. Seguía sin sentir preocupación por la política. Sólo el sufrimiento, y las huellas del sufrimiento en los seres humanos, actuaban sobre su personalidad, silenciosa, contenida, pero con una capacidad inmensa para percibir las consecuencias del dolor en los rostros y en las actitudes de los demás.

Nicanor Piñole: vida, obra y entorno del pintor. Libro de Francisco Carantoña

Hermanos y Vaca mugiendo entre ruinas

Iglesia de San Lorenzo

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