Diario El Comercio 9 de Julio de 1901, un mes después, se inauguraba.
La Pasarela, a modo de pomposo puente tendido sobre el río Piles, inaugurada en un venturoso miércoles del 7 de agosto de 1901. Los concesionarios no escatiman detalles. A pie de entrada y salida, puestos de dulces. Y hasta un organillo para amenizar la fiesta.
A lo largo de cinco entradas y bajo el título ¨Al son de la Citara del río Piles¨ guiados de la mano de nuestro último cronista oficial de la villa de Gijón, Patricio Adúriz, iremos descubriendo la historia de lo que conocemos como la Ería del Piles.
El señor Adúriz nos irá mostrando con sus crónicas y sus recuerdos ese entorno de nuestro amado Gijón que alberga dos de los espacios más queridos por todos, como son el Parque de Isabel la Católica y el estadio de El Molinón.
Ahí está el río Piles. El de siempre. Sólo que uno, al echarse al monte de los recuerdos, lo contempla en la lejanía de los felices años treinta, antes de la guerra, cuando el puente que unía sus dos orillas, ya en su desembocadura, nos ofrecía, entre los recovecos de las Farolas del alumbrado, un punto Ideal para jugar al escondite. A la ida o a la vuelta. Y en el primer caso, portando en la mano la merienda de turno que envuelta en papel de periódico y atada con un cordel, satisfaría el apetito en aquellos deliciosos merenderos a los que acudíamos, semana tras semana, en la época propicia. Lo que ya era más difícil de disimular en ese juego del te veo y no te veo era, en ocasiones, el puntero de la caña de pescar. Una caña a la medida de uno y, por lo tanto. especializada en sarrianos y tiñosos que, aunque minúsculos, tenían el mérito de que al centrarnos en ellos permitían que nuestros padres hablasen de sus cosas, mano a mano y entre botella de sidra y boliche, a la espera de hincarle el diente a la consabida tortilla y los filetes empanados, para luego, antes de la caída del sol iniciar, Muro adelante, un regreso dominguero que, al conocernos prácticamente todos, se constelaba de saludos afectuosos, incluso sombrero en mano, que al ser mi padre calvo, lo rendía de pasada ante la esposa del amigo.
Por ese entonces ya hablan pasado los tiempos en que a aquella zona se la considerase como el fin del mundo, apta, en su día, para el despelote de algunos galopines sin pudor. El puente vino a significar como un nexo obligado cerca de la civilización. Y aquella turbamulta de chiquillos, por mor de esa misma civilización constrictiva, fue un poco más atrás, hacia la ería del Piles, en predios de la Canal, entre muiles que nos parecían submarinos de un imposible capitán Nemo, y también espadañas, juncos, fango, ranas y el variopinto horizonte cuyos limites acota el altozano del Infanzón.
Hablar de estas cosas es como hacerlo de aquella célebre novela que por entonces nos embebía y cuyo titulo era bien significativo: «El mundo perdido». Hubimos de contemplar, hasta llegar a nuestros días. una serie de cambios radicales que desembocaron en ese pulmón y tantas y tantas otras cosas que es nuestro parque por excelencia y zonas colindantes. Visto y no visto Parece imposible, pero esa es la realidad monda y lironda.
Allá en una época que, practicamente, no recuerda ya nadie (1894), los vecinos de Somió —y vamos a nuestro cuento—. con preferencia los de los barrios denominados La Ería y Las Caserias, dirigen, al por entonces alcalde, siendo razonamiento en solicitud de un puente en el río Piles. Es cuestión vital, no les quedaba otro remedio que vadearlo para evitar el gran rodeo hasta llegar a la carretera Y como las cosas estaban como estaban y a ellas se atenían, pues su lógica expositiva —que corrobora lo que anteriormente dije—concluye a este tenor. «Como entre aquéllos (los vecinos) abundan las mujeres, el riesgo que a veces corren de ser arrolladas por la corriente y hasta un natural sentimiento de pudor, dado que por aquellos sitios suelen encontrarse bastantes mozalbetes y no de los más educados, las obliga frecuentemente a regresar a sus casas Un paso colocado en el sitio a donde llegan las aguas del mar, a media marea y consistente en unos tablones afianzados en pies derechos, facilitaría el tránsito de personas. El costo de este pequeño puente es tan insignificante que no dudamos que el señor alcalde ordenará al maestro de obras del Municipio su colocación».
Pues eso. desde luego, tiene sentido. Pero también lo tiene el refrán que postula que una cosa es pedir y-otra dar trigo —o cosa parecida— sin malevolencia alguna, porque es lo cierto que de donde no hay no se saca. Y es ahora cuando me parece recordar que dije últimamente, año arriba o año abajo, en relación con ese 1894 de marras, que nuestro Ayuntamiento no andaba sobrado de dineros y que, en ese sentido, los dedos se le hacían huéspedes. Además, se tiene entre manos la urbanización de la calle del Marqués de San Esteban, hasta entonces sucia, polvorienta, de mal piso y, para colmo, recorrida en parte por el inefable ferrocarril minero de Langreo.
Hay que esperar tiempos mejores porque las cosas de palacio van despacio. Lo del puente sobre el río Piles va a ser como el sueño de una noche de verano. Así, plácidamente, el calendario deja volar sus hojitas anuales que van a perderse en el limbo de los justos. Decía don José de Zorrilla, a quien Dios tenga en gloria, poeta nacional él, que pasó un día y otro día y puntos suspensivos de mi propia cosecha. Hasta que, ¡oh, felices manes tutelares!!, entrado que hubo el por lodos conceptos digno de gratitud eterna en nuestros fastos, el ínclito, óptimo y máximo de 1901, se decide que si, que los periféricos de Somió tenían razón, toda la razón del mundo, y con ellos los que, a la inversa, amaban darse un garbeo por aquellos inefables sotos y colinas todavía arcáicos como en el principio de la vida, pues que aún no había sonado la hora de que por allí edificase —valga el caso— la lírica pensadora doña Rosario de Acuña y Villanueva.
A mi me placen historias e historietas, aunque no dejo de reconocer que hay quienes son negados para la una y la otra. Algo tendrá que ver lo de dar el callo. El de un servidor está desarrolladisimo. Pero sigamos con nuestro cuento. Ese que cogimos al aire de 1894 y que, por fin, se materializa pomposamente en aquel venturoso miércoles del 7 de agosto de 1901. Celebración por todo lo alto. Hay gallardetes que flamean al viento. Y por haber hasta hay una tienda de campaña cuya razón de existencia no me explico muy bien, aunque presumo que, dada la estación del año y en pleno rigor del sol, ésta sirviese para proteger bajo su lona a las encopetadas damas que, según se sabe, preferían las palideces al, sin faltar, reseco tostado de la gitanería trashumante. Dejémoslo así. Y adelante con los caireles.
El puente o, ajustémonos mas, la pasarela, es esfuerzo personal de unos concesionarios que, ¡qué casualidad!, tenían en aquella zona, más o menos, sendas propiedades. A la ocasión la pintan calva y, tras bregar con maderos y pontones, se consigue aquella maravilla del mundo sobre el límpido y raquítico caudal del Piles. La suerte está echada. A pie de entrada y salida, puestos de dulces para aliviar al gusanillo de los osados caminantes provinientes de Gijón. Y tras el dulce refrigerio al aire libre y en plena Naturaleza, domeñada ahora por aquella pasarela de pacotilla en la que sudó más de un carpintero, pues la oportunidad de, al dulce o triste son del organillo, trotar y danzar por aquellos arenales a los que poeta hubo que llegó a comparar con las doradas crenchas de las vírgenes nórdicas.
Hay aplausos, ágape y todo eso que se estila en efemérides semejantes y desde que el mundo es mundo. En consecuencia, como aquello es el extrarradio y después de allí los misterios del Océano, como cuando Cristóbal Colón, poquito a poco. uno por uno; van a inaugurarse esos merenderos de los que ya hice mérito al principio. Pero volviendo a los días posteriores a la inauguración, también recala por aquellos pagos el republicano don Alejandro Lerroux, que disidente y tiquismiquis con el gobierno de turno improvisa, sobre la pasarela tribunicia, agudo y critico discurso que enfervoriza a sus parciales. Los mismo que le agasajarán más tarde en Los Campos Elíseos.
Eso era allá por el 14 de Agosto de 1901 . Unos días después del estreno de la pasarela. Quizá don Alejandro no quiso perder la oportunidad de despedirse, todavía en sazón, del verano gijonés que siempre pasa que es un suspiro. ¿Quién le hablaría a él de aquella obra de ingeniería que dejaba chicos a babilonios. egipcios y demás ralea? Lo ignoro. Mas así fue y así ocurrió. Y tras su visita, aquel paraje que vuelve a recuperar la quietud perdida, al son de las citaras del desaguar del Piles. Y al bronco son de los vientos dominantes que, ya en el otoño, remueven sus visillos de arenilla como en cierre de fin de temporada. Un poeta de esos días si que supo poner el dedo en la llaga.
Ya se acabaron las fiestas,
ya está desierta la playa,
ya las nubes nos visitan
cuatro veces por semana;
ya las excursiones cansan,
ya se marchan las del «sábanu
….y también las de la sábana.
Diario El Imparcial 13 de Agosto de 1901
El diario El Comercio publicaba la noticia sobre la inauguración de La Pasarela el 9 de Agosto de 1901
El otro periódico local, el Noroeste, también publicaba una noticia de la inauguración de La Pasarela.
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