La librería Paradiso, que acaba de cumplir treinta y cinco años, es una de esas embajadas del alma humana.
XUAN BELLO. 24.04.11
Las he encontrado en muchas ciudades, atopadizas y secretas; una buena librería no es sólo un lugar donde se despachan libros. Algo sagrado, que tiene por límites porosos el amor por la literatura, halla hueco entre sus estantes cuidados. Esas embajadas del alma humana son raras por mucho que abunden en cada ciudad: el milagro tiene esa gracia de suceder donde menos se espera. Recuerdo aquella tarde en Little Japan, en Los Ángeles, donde entré en una librería japonesa. No podía entender ningún libro, escritos en japonés, ni siquiera saber sin preguntar dónde estaba la sección de poesía. Pero de repente me sentí en casa: no era un cliente sino un cómplice.
Paradiso, la emblemática librería gijonesa de la calle de la Merced, es una de esas embajadas del alma humana. Acaba de cumplir 35 años, nada menos, y en el hondón del silencio renacen ahora anécdotas, complicidades, recuerdos. José Luis Álvarez, su fundador, me cuenta que la abrió en Cimavilla en 1976, en un tiempo donde la meta era leer ‘Bajo el volcán’ de Malcom Lowry o el ‘Ulises’ de James Joyce, novelas que no se encontraban en España y que él puso a disposición de los gijoneses en ediciones sudamericanas. «Nos especializamos en tener todo lo que otros no tenían, movidas de ocultismo, libros malditos, poesía, de todo; aunque te parezca mentira, un autor como William Blake era inencontrable. Nosotros lo teníamos», nos dice José Luis sonriendo por dentro. Era un tiempo aquel en el que los jóvenes del MCA y los troskistas de la Liga soñaban y diseñaban la modernidad que estaba a punto de precipitarse sobre todos, sobre los vivos y sobre los muertos: la luna también era de Xixón.
De Cimavilla, a los dos años, se trasladaron a la Merced. Le alquilaron el bajo a Habib Salman, un armenio «culto y formal» experto en tintes. El traslado de la librería fue lo de menos, lo de más sacar todo el material que dejó Salman: «Yo tenía», me dice José Luis, «una furgoneta hippie y tuvimos que hacer 12 viajes para desalojar todo aquello». El actual Paradiso lo diseñaron entre cuatro amigos, todo el mundo echó una mano. El altillo lo soldó Jesús Castañón y la pared donde están los vinilos la cargó Luis Fueyo, uno de los primeros surferos de la ciudad. También colaboró Jacobo, «un antifranquista irreductible», y Chema Castañón, que entonces comenzó a trabajar en la librería, colocaba los libros haciéndose con su destino.
No ha perdido ni un ápice Paradiso de aquel sabor del 76. Por aquí pasaron Navascués, el gran escultor de la vanguardia española, Juan Cueto, el pintor Bonilla. También Francisco Carantoña, escritor y director de EL COMERCIO, que cayó con agilidad por las tres escaleras que conducen a la reflexión y, de un salto, se salvó del golpe apoyándose en un volumen de Chateaubriand. Quien no se libró de la llombada fue Ignacio Beltrán, antiguo alcalde de Xixón, una persona que, me cuentan, pesaba mucho más que las obras completas de Benito Pérez Galdós. «Necesitemos cinco o seis persones pa llevantalu», me dice con sorna asustada José Luis, «y en cuantes lu llevantemos salió a la fuga sin dicir palabra».
He de confesar, a estas alturas de la crónica, que hasta ahora yo no he sido cliente de Paradiso. Ovetense recalcitrante el menda en más de una ocasión recibió como regalo un libro o un disco comprado en esa librería. Vicente Duque, poeta secreto, o Boni Pérez, el poeta de Los Locos, me daban un libro o un disco, envuelto en el papel de la ilusión, y me decían: «Comprételu en Paradiso»; y yo me quedaba soñando distancias, un paraíso secreto, una luna brillando sólo para que yo soñase.
Los economistas hablan ahora, con mucha solvencia, del valor añadido. Tarde se aprende lo sencillo. No es lo mismo comprar un libro en un sitio o en otro. Hay un valor sentimental, un valor que no se puede medir ni pagar, un valor que trasciende el valor. Chema Castañón, que tiene Paradiso y toda la literatura en su cabeza, me explica el secreto: «Paradiso es el telar de Penélope perfecto. Rehacemos cada noche lo que los clientes deshacen en el día».
No es sólo colocar y ordenar sino estar atento y guiar en lo posible la novedad caótica del mundo. Si llega un cliente -cómplice como usted de la luna- y pregunta ‘¿Tenéis algo de Burros?’, hay que saber decir:
-Tenemos todo lo que publicó William Burroughs. Pero a usted, ¿no le interesará más Juan Ramón Jiménez?
No recuerdo la primera vez que entré en Paradiso (supongo que sería a principios de los 80, el local de Cimavilla no lu conocí), ni siquiera lo que compré, si es que compré algo. Pero hay algo especial en el local que te hace sentirte como en casa. Gracies por estos años y felicidades por el premiu.
Las fotografias estan sacadas de la pagina de Facebook de la libreria Paradiso.
Un local donde puedes entrar solo por el simple placer de curiosear entre los libros. Ojalá siga ahí muchos años, para deleite de bibliofilos y en locos solitarios amantes de la literatura.
Salu2.
Tengo un gran recuerdo no tanto de los libros como de los estupendos LPs de segunda mano que compré allí.
En uno de mis «retornos» a Gijón, ya hace muchos años, fue aquí donde compré los libros de la Colección Popular Asturiana y «del folklore asturiano» de Aurelio de Llano, entonces ya me pareció una librería estupenda, me alegro por el premio.
Saludos.
Jorge
Me uno a la celebración desde San Juan de Puerto Rico por el premio tan merecido que les han concedido. Como de costumbre, pasaré por la librería (en la que encuentro siempre con afecto mucho más de lo que busco) cuando esté en Gijón.