Jardines de Juan Alvargonzález y Parque Infantil

desde el aire

Imagen aérea de la cartoteca de Cataluña año 1962. A la izquierda los Jardines de Juan  Alvargonzález y a la derecha  el Parque Infantil.

Parque Infantil 

Membrillo, o chocolate, y pan, para merendar. Agua de la fuente, para beber. La peonza. El patinete. Acaso, algunos tebeos. Arboleda, con palmeras. Bancos. Un estanque, rodeado de flores. Senderos y espacios de tierra inconsistente y granulada —como el chocolate de la merienda por donde corremos y jugamos los niños y las niñas de este lado de la villa, bajo un sol, dulce y amarillento como el membrillo de la merienda— que entibia Gijón.
Así vemos, de golpe, al volver la memoria hacia él, a nuestro Parque Infantil, esa región de juegos, de abandonos y de felicidades remotas que, en las horas del alba, nos congregó a tantos, y a tantas, en su seno polvoriento y tranquilo, por el que palpitaban las hojas y las flores, y también el aire y la luz de los días sin fecha.

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Estanque en un parque infantil. 1946 Joaquín García Cuesta

Estanque en el parque infantil. Fotografía Joaquín García Cuesta año 1946. Al fondo se aprecia la fábrica de vidrios La Industria.  Muséu del Pueblu d’Asturies. fondos.gijon.es

Estaba ahí, no lejos de donde vivíamos. Aquellas calles nuestras, aun siendo céntricas, eran, entonces, casi rurales, silentes e insignificantes. Por ello, el Parque Infantil se nos antojaba el jardín de nuestra casa, un lugar propio, tranquilo y atractivo, en el que nos veíamos y jugábamos todos, sin rechazos ni aislamientos. Había, desde luego, preferencias personales, pero no desdenes. Uno, al llegar, se acercaba a los niños más conocidos y habituales, incorporándose, sin ningún requisito verbal, al juego que practicaran, el cual, si era atractivo y bullicioso, engullía a otros chicos, todavía no orquestados a ningún quehacer. Se trataba, según lo recordamos, de juegos de movimientos globales, en bandada, que nacían y morían porque sí, al hilo de todos y de nadie, sin propuestas ni caudillajes. Al romperse, sin acuerdo, como digo, pero acordadamente, el pío-campo, la carrera o la competición de saltos en longitud, todo el mundo se dispersaba tranquilamente y se disponía a mitigar su sofocación en los bancos, en la fuente, en la sombra de los asientos azulejados y circulares de las palmeras… Uno silbaba, otro se ponía en pie, esgrimiendo su peonza y su cuerda de colores, con una chapa en el cabo, para que no se le escurriera; un tercero se deslizaba, perezosamente, en su patinete; merendábamos, los más, en silencio, con el (Chicos» o el «Flechas y Pelayos, o las •Aventuras de Pipo y Pipas, abiertos sobre las rodillas. Hasta que, ya descansados y satisfechos, volvíamos a movernos por allí, a la búsqueda de nuevas actividades, siempre entre las sonrisas y las miradas atentas de las niñas que, como nosotros respecto a ellas, jugasen o no, eran muy conscientes de nuestra presencia, global e individual. en el recinto. 

Parque infantil. Templete. Gijón

Jardines juan alvargonzalez

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Se extendía este parque, entonces, a finales de los años 30, entre la Puerta de la Villa y el fondo del Mercado del Sur, exactamente como ahora mismo. Pero había, en él, por aquel tiempo, un pequeño estanque de agua, de bordes muy pedregosos, presidido por un bulto, roqueño e irregular, en el que crecía la hierba. También, en la zona próxima al Mercado del Sur, se levantaba un delicado y hermoso templete, que albergaba el agua de una fuente, de la que tanto bebimos. El templete, escenario fotográfico de nuestro primer traje con bombachos, dicen que había estado antes en Begoña, pero nosotros lo conocimos y lo tratamos, durante muchos años, en el Parque Infantil, hasta que, un mal día, nos lo quitaron del escenario de nuestra niñez y de nuestra adolescencia para llevárselo, sin más, al novísimo parque de Isabel la Católica, en el que todavía perdura.
Pero no acababa, entonces, con eso, el parque. La llamada, hoy, plaza de Europa, era, también, una porción de parque. Se extendía, este tramo de esparcimiento y de frescura, desde la orilla de la calzada (entre la esquina de Destilerías Ponga y la de la Fundación Asilo Pola, ahora Museo Piñole) hasta, prácticamente, la avenida de la Costa. Era un lugar recoleto e intimo. Era un verdadero jardín, muy arbolado, con un estanque de azulejos en su centro, circundado de césped y de flores. Revolaban, por él, las mariposas. Se sentaban, en sus bancos, las jóvenes madres que arrastraban cochecitos de niños o cuidaban, atentas, de los primeros juegos de sus hijos. Y también había ancianos de petaca sobada, papel de fumar pegado al labio y meñique de uña larguísima, como una bayoneta, con la que sacudían la ceniza del cigarrillo o se hurgaban los oídos. Era una zona en la que nosotros permanecíamos encalmados, como todo aquel ámbito, en el que apenas había circulación de vehículos y donde sólo la Fábrica de Cristales, a su vera, dejaba oir, de vez en cuando, sus rumores fabriles y, a las cinco de la tarde, su famosa sirena, que avisaba, a todas las madres del entorno, de que era llegada la hora de la merienda. Fuimos creciendo, en comunión con el parque. Allí, en la adolescencia, y en la juventud, se escribió una parte importante de nuestra biografía más intima y de nuestros fragores más callados. Ahora pensamos, con frecuencia, al transitarlo, que aunque hayamos marchado hacia el futuro, siempre hemos ido creciendo hacia el pasado. Como quien dice, hacia el membrillo y el chocolate del Parque Infantil.

Espacios gijoneses. Ernesto Salanova. Hemeroteca diario El Comercio 18 de Julio de 1993. 

Parque Infantil postal 8

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Parque de Juan Alvargonzález y Parque Infantil
Ambos espacios de solaz, creados sobre los terrenos liberados tras la desaparición de las murallas carlistas, llegaron a la década de los sesenta sin grandes alteraciones, tanto en lo relativo a su morfología como a la funcionalidad y amueblamiento, manteniendo las trazas proyectadas en 1925 y 1933, respectivamente. Durante el periodo desarrollista, ambos espacios serán sometidos a profundos cambios para adecuarlos a las nuevas necesidades y gustos, dando comienzo a una etapa de declive y degradación que no será superada hasta la década de los noventa.
En el Parque Infantil, las aludidas reformas implican una reducción importante de las superficies destinadas a parque, al crearse una plaza para la circulación de vehículos frente al Asilo Pola, entre las calles Covadonga y José las Clotas, con el consiguiente retranqueo de la zona verde hasta la línea de la calle Covadonga. Los jardines se reducen para dejar paso a superficies asfaltadas y el arbolado se ciñe al perímetro mismo del parque. Asimismo, se procede a la destrucción del artístico estanque de los años veinte, para instalar en su lugar instalaciones de recreo infantiles.
En los Jardines de Juan Alvargonzález las reformas fueron de menor entidad, manteniéndose las trazas básicas del espacio, limitándose a la ejecución de obras de jardinería, arranque del arbolado histórico dañado (generó grandes protestas ciudadanas), plantación de nuevos pies y enlosado de los caminos interiores . Al igual que en el Parque Infantil, el hermoso estanque decorado con cerámica talaverana fue destruido
y suplantado por otro de nulo valor artístico. Salvo los bancos ornamentales adosados a las viejas palmeras, el mobiliario de gusto clasicista del parque es también sustituido por otro de estética más acorde con los gustos del momento.

HISTORIA DE LA OBRA PÚBLICA MUNICIPAL EN GIJÓN (1938-1978). Javier Granda Álvarez

Elvira

Imagen de los jardines durante la reforma

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parque infantil

Postal de mediados años 60.

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Un comentario de Jardines de Juan Alvargonzález y Parque Infantil

  • Karla NUñez  Dice:

    Me ha encantado el post, son fotos muy nítidas para ser de 1947 cómo las consigues, son una maravilla, muy nostálgico… Gracias por el post y por compartir.

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