Manolo Preciado

Yo no soy un hombre de letras, lo de escribir no es un don que me haya tocado en suerte, por eso mi blog se apoya de imágenes para su elaboración. Pero hoy mi recuerdo tiene un protagonista y se llama Manolo Preciado, no voy a hablar de Él, ni de su trayectoria deportiva, nada de datos de eso ya se encargarán personas que saben hacerlo mejor. Solo rendir homenaje a un hombre que se ha ido, hombre que junto al equipo que entrenaba, nuestro SPORTING, un día de Junio del año 2008, consiguió que practicamente toda una ciudad se echara a la calle para celebrar el ascenso. Gracies Manolo, descansa en paz.

Preciado: la ética y la épica



Tenía un vozarrón cavernoso, áspero, brusco como un vendaval cantábrico, que permitía que los ecos de sus instrucciones llegaran hasta las más encumbradas localidades del altísimo graderío de la tribuna Este desde la que mi hermano y yo, tal día como un 15 de junio de 2008, asistimos –con la atónita felicidad de quien está a punto de ver cumplidos esos deseos que, de tanto verse postergados, llegan a parecer inalcanzables- al partido en el que el Sporting terminó regresando a Primera División tras una interminable década de penurias e incertidumbres. Hacía dos veranos de la llegada de Manolo Preciado al banquillo de El Molinón y los escépticos aficionados de un equipo tradicionalmente proclive a agonías y frustraciones comprobábamos, incrédulos, que, igual que en la canción de Dylan, los tiempos estaban cambiando.


Aquella jornada histórica dejó para la posteridad un sinfín de imágenes, pero hay una que se ha repetido hasta la saciedad y que cobra un sentido especial en estos momentos: ésa en la que Preciado, una vez finalizado el encuentro, alza los brazos entre lágrimas para señalar al cielo mientras a su alrededor se apiña una multitud enfervorizada. Aquel día él rozó la gloria. Aquel día, gracias a él, los sportinguistas recuperamos un lugar en el mundo.


Manolo Preciado no fue sólo el entrenador que subió al Sporting a Primera. Fue algo muchísimo más importante que eso. Manolo Preciado fue el tipo que hizo que el Sporting se reencontrara con su ciudad, con su carácter, con su gente, después de un tenso divorcio propiciado por las amarguras inherentes a toda travesía por el desierto que se precie, la desidia de ciertos dirigentes y el resquemor de quienes, cada vez más, iban sintiendo que aquel Sporting que veían desangrarse lentamente no era, no podía ser, el mismo que ellos habían conocido.


Manolo Preciado llegó a Gijón prometiendo alegría, y vive Dios que nos la dio. Con él padecimos derrotas bochornosas y auténticas tragedias griegas en los escenarios más insospechados, pero también gozamos de triunfos inauditos y nos sentimos partícipes de lo que ya son pequeños hitos en nuestra maltrecha historia. El Sporting de Preciado no jugaba primorosamente bien ni podía presumir de grandes alardes, pero le echaba valor cada vez que saltaba al campo y se creía tan alto, guapo y fuerte como los rivales que tenía enfrente, por muy atildados que fueran estos y mucho curriculum que pudiesen oponer a nuestra exigua hoja de servicios. El Sporting de Preciado no tenía detrás grandes presupuestos, pero sí una confianza en sí mismo que unas veces resultaba proverbial y otras, nadie es perfecto, acababa por antojarse excesiva. El Sporting de Preciado era, en fin, un equipo a la vieja usanza, de esos que antaño salían al césped con el ímpetu y el desparpajo por bandera y mataban o morían fieles a esa convicción de que la mejor premisa por la que se puede guiar uno en esta vida no es otra que la de permanecer fiel, por encima de todas las cosas, a uno mismo.

Manolo Preciado no fue sólo el entrenador que subió al Sporting a Primera. Fue algo muchísimo más importante que eso. Manolo Preciado fue el tipo que hizo que el Sporting se reencontrara con su ciudad, con su carácter, con su gente



En el fondo, lo importante no era que el Sporting ganara o perdiese, por más que en algunas ocasiones (no muchas) llegáramos a acostarnos soñando con UEFAs imposibles o fantaseásemos cada verano, invariablemente, con la remota posibilidad de vivir una temporada tranquila. Lo importante era que el Sporting, tras los innumerables titubeos que le encogieron el ánimo desde los albores de la década de los noventa, había recuperado unas señas de identidad que parecían extinguidas y que permitían que el equipo se fuera manteniendo, mal que bien, en una posición de privilegio que no tenía tanto que ver con su militancia en la élite del fútbol español como con la defensa a ultranza de una idiosincrasia a menudo incomprendida. Y todo eso, claro, se lo debíamos a Manolo. Un tipo que supo convertir la ética en épica (o viceversa) para que los sportinguistas pudiéramos volver a reconocernos en nuestro propio espejo.


Eran razones más que suficientes para que el club le diese el voto de confianza que, en última instancia, no quiso dispensarle. En una decisión tan errónea como injustificable, el Sporting se disparó al corazón y expulsó a Manolo Preciado por la puerta de atrás. El gran defensor de la alegría (que me perdonen los lectores de Benedetti) abandonó El Molinón envuelto en lágrimas y arropado por el aplauso de un puñado de aficionados que no le quisieron dejar solo en aquel bache de su biografía, uno de los pocos que no le vino impuesto por el destino. Por aquellas fechas yo aún oficiaba de analista deportivo en las páginas de un periódico asturiano que ya no existe y en el que escribí un artículo que titulé ‘Gracias, Preciado’ donde exponía, más o menos, lo mismo que he expuesto ahora con una mayor amplitud de espacio y desde una perspectiva, por desgracia, bien distinta.


Unos días después, en una fría y soleada mañana de sábado de ésas que de vez en cuando aderezan las postrimerías de los inviernos norteños, me lo encontré paseando por la playa de San Lorenzo, no muy lejos del estadio cuyo banquillo había ocupado hasta unos pocos días atrás. Nunca nos habíamos visto en persona y aproveché para presentarme y saludarle. Él me reconoció y estuvimos charlando durante unos minutos. Nada especial. Puros convencionalismos. Me despidió con una palmada en el hombro y me dio las gracias por mi artículo. Yo le contesté que era lo menos que podía hacer y me alejé sin decirle lo que de verdad habría querido que supiera. Que por aquí se le quería. Que se convirtió definitivamente en nuestro ídolo cuando, aquel 15 de junio de 2008, nos enseñó el camino hacia el cielo. Que lo que él le había dado al sportinguismo era mucho más de lo que el sportinguismo podría darle nunca a él. Que, evidentemente, no era el mejor entrenador del mundo, pero sí el mejor entrenador con el que jamás pudo soñar el Sporting.

 

Miguel Barrero. Diario El Mundo. Jueves 07/06/2012

de 3 comentarios a Manolo Preciado

  • Luis  Dice:

    Solamente puedo decir que era un hombre honrado del futbol y una gran persona.

  • Rubén Xixón  Dice:

    Era un hombre que supo ser querido por los futboleros y los que no lo son. Una persona que llegó a formar parte de la esencia de nuestra ciudad más allá de lo puramente deportivo. Descanse en paz.

  • Mou  Dice:

    Saludos Luis y Ruben, gracias por los comentarios.
    Por mi trabajo de camarero me tocó atender a Manolo unas cuantas veces, era un hobre sencillo y accesible nunca le ví poner una mala cara ni rechazar un apretón de manos o posar para una fotografía o firmar un autógrafo, y eso que la gente a veces se pone muy pesada, pero él era así.

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