Otavio ¨El Mercrominu¨

Mercrominu. Alvaro Noguera García.

Dibujo del  Mercrominu. Alvaro Noguera García. Compartida de la página de Alvaro Noguera García.

Siempre desde el respeto y solo con la sana intención de recordar, a personas, que en alguna época de nuestras vidas se cruzaron con nosotros y de una manera u otra captaron nuestra atención y su recuerdo sigue vivo en nuestra memoria.

Otavio, el piel roja de boina marinera
«El Mercrominu», peón en una fabrica de vidrio, iba en zapatillas, con la cara pintada, y compraba matarratas de forma compulsiva.


Generaciones enteras de gijoneses contemplaron con asombro durante años que el tradicional desinfectante liquido a base de mercurio y bromo, de intenso color rojo, para el tratamiento de heridas superficiales habia quien lo usaba como locion para la piel. Se llamaba Otavio, la version marinera y gijonesa de Octavio, aunque la mayoria se referian a el como «El Mercrominu» —tambien conocido, segun edad, por «El Barrunta» o incluso «El Chaquetu»—.

Al principio tintaba los labios de rojo, quizás con un pintalabios, y con ellos encarnados recorria las calles de la ciudad. Poco a poco tornó el «colorete» por dosis de mercromina que fueron «in crescendo» sin solucion de continuidad. Primero la cara, luego las manos. Hasta teñirse de rojo desde la cabeza a los pies. Su atuendo pocas veces variaba, aunque este singular ciudadano no destacaba por el mal olor de su ropa. Deambulaba ataviado con su inseparable y raida boina de marinero, una americana de amplio tallaje para su escasa corpulencia, un pantalon de mahón oscuro mas entallado y algo caido, unas zapatillas de las de andar por casa, siempre de cuadros y de varios números mas que lo que requerian sus pies. A última hora apoyaba sus encorvados andares en un bastón que sujetaba con su mano derecha.

 

 

El Mercrominu. Lola Aguado Costales

Fotografía compartida en Facebook, por Lola Aguado Costales.

Miraba poco, con semblante serio, hablaba menos y parecía ir siempre con prisa en sus destartalados andares. A veces, arrastrando por el suelo las zapatillas. Y no en pocas ocasiones cargaba con una bolsa de plástico, como de supermercado, cuyo contenido es una incógnita que la rumorología civil se atreve a desvelar inclinándose porque Otavio compra magdalenas y latas de bonito. Hablaba canturreando, poco, y con las manos en los bolsillos, lo que le cubría de un mayor halo misterio. Por los mentideros atestiguan que el primer contacto Otavio con la «mercromina» llegó mientras estaba empleado como peón en la fabrica de vidrio de La Industria y Laviada, S. A., otrora situada en la calle Magnus Blikstad y a la que siempre acudia trabajar en bicicleta, ataviado con un mono de mahón y una boina calada. Apunta la cultura popular que el practicante de la fabrica se la aplicaba para curarle los mordiscos que le asestaban las ratas, unos roedores que le trajeron de cabeza hasta sus últimos días pues compraba cantidades ingentes de matarratas con periodicidad. Era una obsesión. Tiempo después, y antes de ofuscarse con el liquido elemento introducido en España a mediados de los años 30 por el químico José Antonio Serrallach Juliá, sufrió un aparatoso accidente en la fabrica de vidrio en la que trabajo hasta mediados de los ochenta. Otavio se cayó de una de las chimeneas mientras la estaba reparando y tal fue el golpe que sus compañeros de oficio le dieron incluso por muerto. Relata la leyenda que incluso le llegaron a tapar con una manta tendido en el suelo, durante un buen rato, hasta que alguien comprobó que todavía respiraba.

Mercrominu. Recuerdo Gijón

 Fotografía compartida del Blog  Recuerdo Gijón.

Y aunque aturdido —muchos sitúan esa caída como el inicio de su demencia— revivió y aguantó el tirón unos cuantos años más. Tal fue su popularidad en vida que pese a haber fallecido ya hace varios años —en torno a 2005— su esencia y recuerdo permanecen vigentes, y son muchos los que aún le recuerdan través de las redes sociales. Por ejemplo, cuenta con perfil propio en  Facebook, o multitud de entradas y comentarios en diferentes blog relativos a la historia de los personajes de Gijón. Cada uno con su aportación, y no falta quienes afirman que poseía un dineral en el banco. Incluso, la propia experiencia vital de muchos que relata sus esporádicos encuentros callejeros con «El Mercrominu» a quien era común verle sentado por los bancos de la calle Palacio Valdés (conocida popularmente como «L´Cerona») o transitando vía arriba vía abajo por las calles Covadonga, Asturias, el paseo de Begoña, Pablo Iglesias, avenida de la Costa o Hermanos Felgueroso —donde se cree que pernoctaba entre la basura, como un Diógenes gijonés—, entre otras muchas rutas que solía patear en zapatillas, con destino fijo a ninguna parte. 

Mercrominu. Gijón. De siempre

Fotografía compartida por Mark Ostrowscky en la página de Facebook  Gijón. De siempre

Texto de Ignacio Pelaez.  Extraído del libro: Míticos de Gijon. Luis Miguel Piñera. Ignacio Pelaez 

Míticos de Gijón portada

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