Dispensadme esta digresión. Quiero deciros un secreto: padezco una enfermedad rara, y más aún en estos tiempos en que el hombre blasona de cosmopolita. Estoy atacado de un padecimiento que yo llamo gijonismo, que, si en el orden físico no me afecta, en cambio moralmente me hace sufrir mucho. Siento un cariño grande hacia este pueblo que llamamos, con cierto mimo, perla del Cantábrico, y este cariño lo sintetizo a mi modo: de Europa, España; de España, Asturias; de Asturias, Gijón, y de Gijón la calle del Contracay, donde pasé mi niñez haciendo rabiar a les marruques. Pero, ¡siento decirlo!, no es por el Gijón de hoy por el que sufro, sino por el otro que se fue y en el cual pasamos los primeros años de nuestras vidas. Deseo que nuestra villa progrese, que se desarrolle su riqueza y su vida sea próspera. Pero, a medida que ella avanza, yo voy quedando atrás con lo mío, con lo que nadie será capaz a arrancarme, ¡con mis recuerdos! Podéis creerme, siento tristeza en el alma cuando veo desaparecer a impulso de ese mismo progreso los sitios que eran nuestro encanto de rapazos, y entonces mi gijonismo se recrudece más aún. El fosu, la estacada, el paseo de Les Dames, los bailes en la plazuela del Conde, les echaes en cá María el Tonel, y otras muchas cosas más que se fueron, abriendo paso a lo nuevo, a lo moderno, dejándonos a nosotros con nuestras rancierías y antiguallas. Por eso siento un gran placer cuando, al correr de la pluma, evoco las cosas de aquellos tiempos, y seguiré haciéndolo si, como hasta aquí, cuento con vuestra acogida. Voy a contaros muchas cosas, algunas que quizá estarían mejor olvidadas y otras que, en cambio, os harán gozar con su recuerdo. No habréis olvidado los baños en el Muelle, frente a las Ballenas; habréis asistido alguna vez al teatro de la calle del Comercio; daríais una vuelta echando flores a les rapaces en el paseo de Les Dames y presenciaríais alguna promesa memorable a la Virgen de la Guía. Pues todo esto os contaré, con sinnúmero de detalles que ya tendréis olvidados, así como de aquellos naufragios trágicos a la vista de nuestro puerto: la botadura del bergantín Ocho Hermanas y la llegada del P. P. cargado de indianos a los que por un pitu amarillo encaminábamos a la Aduana, entonces en el Campo de Valdés; asistiremos a las corridas de toros en la plaza de madera y a la ascensión del maromista Casali, y, viniendo más acá, veremos les agarradielles de los valencianos y, quizá quizá, os diré algo de los bailes en la plaza cubierta y de la Pescadería. Todas estas cosas, y más que irán saliendo, os contaré sin alardes de estilista, pero con una sinceridad sin límites y solo llevado por este amor grande que siento hacia aquel Gijón al que, con solo evocarlo en este momento, me siento contristado recrudeciéndose mi enfermedad moral, pues ya os dije que padezco de gijonismo crónico.
Gijonismo.
Emilio Robles Muñiz «Pachín de Melás».
Colección: Joaquín Alonso Bonet – La Prensa. Muséu del Pueblu d’Asturies.
Enhorabuena por estos blogs que nos traen tan gratos recuerdos, sobre todo, en imágenes.