El Asilo Pola.






Cien años del Asilo Pola, el colegio de los pobres

Mariano Suárez Pola legó parte de su herencia a la construcción de una escuela para los hijos de los obreros en el edificio ahora ocupado por el Museo Piñole. Hoy se cumple un siglo exacto de la apertura del centro el 4 de mayo de 1908
En 1902 un joven Nicanor Piñole, entonces residente en Roma, plasmaba sobre un lienzo una seca escena de maternidad, ‘La familia pobre’, que reflejaba con dureza la difícil realidad que vivían en los albores del siglo XX decenas de familias sumidas en la indigencia. Ese mismo año comenzaba a tomar forma el deseo testamentario del industrial Mariano Suárez Pola, fallecido en 1899, quien pidió que parte de su capital se destinara a construir un asilo infantil para niños sin recursos. El legado del empresario abrió finalmente sus puertas el 4 de mayo de 1908, hace exactamente un siglo, bajo la denominación popular de Asilo Pola, para educar «intelectual y religiosamente» a los hijos de los obreros. Hoy, cien años después, las bulliciosas aulas y el viejo comedor se han convertido en tranquilas salas y galerías, y la única ‘familia pobre’ que habita la estancia es la que legó Piñole, silenciosa y pintada al óleo.

En marzo de 1900, cuatro meses después del fallecimiento de Mariano Suárez Pola, se constituyó una junta comandada por el alcalde de la ciudad -por aquel entonces don Ramón García Sala-, el arcipreste de Gijón, el síndico y un juez, que se ocuparía de la gestión de un capital de setenta mil duros, legado por el difunto industrial para que se creara «una escuela de párvulos para recoger a los niños de los jornaleros del pueblo mientras estos van a sus trabajos».

Diseño sin variaciones

El encargado de diseñar el edificio, dos años más tarde, fue el arquitecto municipal Luis Bellido, que proyectó el alzado que aún se mantiene casi sin variaciones, con un bloque central de dos alturas y otros dos volúmenes simétricos a los lados, de una sola planta. La construcción se realizó bajo la dirección de Miguel García de la Cruz, sucesor de Bellido en el cargo de arquitecto municipal, y no finalizó hasta 1908, año en que por fin el edificio pudo abrir sus puertas. La planta alta se destinó a residencia para las Hijas de la Caridad, compañía que se hizo cargo de la instrucción de los menores, mientras el piso inferior quedaba dedicado a vestíbulo, dirección, comedor, cocina, un salón de recreo cubierto y dos grandes aulas de estudio, cada una de ellas con capacidad para alojar entre cincuenta y sesenta niños.

El Asilo Pola habría de cumplir una función de tutela sobre niños de ambos sexos, menores de siete años, durante el tiempo que duraba la jornada laboral de sus padres. Más que como una escuela elemental, se concebía con el sentido de entretener a los niños, custodiarlos y guiar sus primeros pasos en la educación para la vida. A los rudimentos sobre lectura, escritura y álgebra se unía la enseñanza de nociones sobre historia, geografía y doctrina cristiana impartidas por las religiosas, que residían en el propio centro. La primera comunidad de Hijas de la Caridad que ocupó la residencia en aquel 1908 estuvo constituida por la superiora Natalia Bujanda y las hermanas Lucía Peña, Inocencia García y María Echevarría. La institución se sostuvo desde entonces con los intereses que daba el capital dejado por su fundador, a los que se unían las donaciones del Ayuntamiento, la diócesis y algunos particulares.

Cerró durante la guerra

Durante casi tres décadas, el Asilo Pola mantuvo prácticamente invariable su actividad diaria con los menores. Los niños llegaban al centro a primera hora de la mañana y se les repartía en las dos aulas, según su edad, para iniciar la jornada lectiva. Al mediodía se les servía la comida y, a continuación, iban a la sala de juegos o, si el tiempo lo permitía, salían a jugar al patio. A las tres de la tarde regresaban dos horas al aula, seguidas de la merienda y de un segundo recreo hasta que sus padres iban a recogerlos al salir del trabajo.

La labor social y educativa de las Hijas de la Caridad sufrió, sin embargo, un brusco parón con la llegada de la Guerra Civil a Gijón. La persecución que sufría la compañía obligó a las religiosas a abandonar la residencia, por lo que el colegio tuvo que cerrar sus puertas el 18 de setiembre de 1936. No las volvería a abrir hasta octubre del año siguiente.

Estéticamente, en los años 40 el Asilo Pola sufrió una importante reforma que afectó a la fachada. Funcionalmente, la escuela volvió a la normalidad tras la guerra, si bien sus muros quedaron reservados a párvulos y a niñas de 7 a 13 años, sin alumnos varones mayores de 7 años. En 1957, asistían a clase cerca de 300 menores, de los que un centenar pagaba 35 pesetas mensuales para poder hacer uso del comedor, donde se les daba potaje, pan y postre. La Fundación Pola mantenía entonces el centro con 6.000 pesetas anuales.

Patronato San José

Los cambios en la legislación educativa, ya en los años 70, obligaron a las Hijas de la Caridad a modificar el estatus de su escuela de la Puerta de la Villa. El Asilo Pola comenzó a constar a efectos administrativos como parte del Patronato San José, adonde iban las alumnas cuando alcanzaban quinto de Primaria. «Las alumnas tenían las mismas actividades que en el Patronato», explica sor Delfina, una de las últimas religiosas que impartieron clase en la ya desaparecida institución.

Fue en 1986 cuando, ante la falta de apoyo económico y la progresiva reducción de las subvenciones, el Asilo Pola cerró definitivamente sus puertas. Durante un año, no obstante, continuó abierta la residencia, ocupada entonces por tres religiosas: sor Delfina, sor Carmen y sor María. «El 30 de julio de 1987 nos quedamos esperando a la puerta, mientras la provincial de la compañía, Magdalena López, entregaba las llaves al Ayuntamiento», recuerda con nostalgia sor Delfina.

Tras hacerse con la titularidad del inmueble, el Ayuntamiento acometió entre 1990 y 1991 varias obras de adaptación del edificio para su uso como museo. Desde 1991, convertido ya en Museo Nicanor Piñole, acoge los fondos pictóricos que dejó en herencia a los suyos el artista gijonés.

Yo empecé a parvulos en el Asilo Pola, y aunque era muy pequeño me quedaron recuerdos no muy gratos de alguna de las monjitas que alli daban clase (la letra con sangre entra). Aún asi aquí queda mi pequeño recuerdo para la institución.

Las fotografias son de Constantino Suarez.

El cuadro,  La familia pobre, pertenece a Nicanor Piñole

http://www.elcomerciodigital.com/gijon/20080504/gijon/cien-anos-asilo-pola-20080504.html

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